No alcancé a despedirme del hombre que me regaló sus lágrimas. Le fui fiel a mi manera y también a la suya, casi como si de verdad su esencia me hubiera pertenecido alguna vez. Demasiadas noches con la sola compañía del sereno y mi conciencia, del sueño y de la tristeza y de su irremediable ausencia que lo llenaba todo, incluso a mí mismo!
Nunca me hizo tanta falta su abrazo como cada una de las horas que respiré a su lado y las que no también, que no va a ser hoy cuando deje de decirlo. Su nombre de rey, no le hacía ni pizca de justicia... No era alto, no era rico, al menos en el sentido monetario y tampoco podría jurar que el carisma fuera su mejor arma. Era idóneamente hombre como para no tener que demostrarlo. Su primer regalo y para mí el mas indeleble fue una sonrisa, yo que llevaba las espuelas del verbo dispuestas a separar mis dos vidas, no pude evitar hundirme en el talud de su retina de acero. El tino y la mesura me proporcionaron la fuerza que necesitaba o quizá fue mi simple naturaleza despistada la que evitó a toda costa el desastre. El silencio de nuestro diálogo secreto hubiera escandalizado a mis propios fantasmas, nos acechaba el peligro y me sobró el tiempo para nunca desafiarlo. Alguien cantó que
la cobardía es un asunto de hombres…yo se lo puedo asegurar sin
arpegios ni acordes. La noche que me lo dijo todo sin palabras no fue la más larga, ni la más feliz. No me tocaron sus labios ni me hicieron despertar sus lívidas manos…bebimos del mismo aire el tiempo suficiente para correr despavorido con el evidente y claro mensaje de su deseo…y llegó la mañana. Juntos, callados y fríos. Un verde y abrumador sentido de la distancia se impuso con la resolución necesaria para despojar mi mente de fantasías y mi piel de su olor que ya no era suyo. Me desvestí de recuerdos y alcé el vuelo, hastiado de rencores y de sombras…me creí libre.
Andy Rumbaut.
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